domingo, 9 de noviembre de 2008

Las cosas te llevan y te traen. Como la marea las algas. De la última película de Steven Soderbergh, Che: el argentino, voy a los Diarios de Bolivia, escritos por el Che. Reconozco que nunca me gustó la vida de los santos (si exceptuamos la de San Agustín, con ese punto de crápula y vividor que reflejan Las Confesiones), y ese film es pura hagiografía. Pero puestos a desmitificar "la figura más grande del siglo pasado en Latinoamérica" (en palabras del protagonista, Benicio del Toro, claro que a él en la cosa le van, más que el sueldo, los dividendos), nada mejor que leer sus Diarios. Qué vida tan prosaica y aburrida la del revolucionario. Un ir de aquí para allá sin que suceda apenas nada. Una notaría de pobres andanzas y aburrida escritura. Bueno, al menos queda la foto de Korda. ¡Ay!, qué sería del Che sin esa foto. Es lo que tienen los iconos: un beso en París será siempre el fotografíado por Robert Doisneau.

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