domingo, 18 de enero de 2009

Cuanto más avanzo por la modernidad más prefiero las antiguallas. Libros en ediciones antiguas. La música en vinilo e incluso en discos de pizarra. Fotografías en blanco y negro. Cosas del envejecer, intuyo, aunque también el gusto por ver y tocar lo que uno usa, saberlo aromado por el tiempo, más vivo que todo lo recién parido, lleno de voces. Tal vez hubiera sido la solución para el arpa de Bécquer: lejos del adagio por su permanecer polvoriento, un allegro molto vivace por todo ese polvo que no es sino una victoria callada contra los años.
Día de cine, ayer. ¿La película? La tan afamada La clase (Entre les murs, en su francés original), de Laurent Cantet. Palma de Oro en Cannes. Copio un extracto de una crítica:
"El film deja atrás el sensacionalismo y utiliza el hiperrealismo, a forma de docudrama, tan de moda en los último tiempos. Cantet retrata la multirracial francesa, sin ningún tipo de juicio. Desde el primer momento, el espectador no podrá quitar sus ojos de la pantalla, en gran parte por sus grandes diálogos."
Sea. El caso es que de la proyección sólo recuerdo cuatro pinceladas: mis ojos vencidos por la modorra del aburrimiento, el ronquido inevitable, el sabor del cigarro, ofrenda de alivio, nada más salir de la sala y la convicción de que cuanto, más cine actual veo, más prefiero el de los años cuarenta o cincuenta.