martes, 11 de noviembre de 2008

Las conversaciones en clase, más allá de la materia que se explica, a menudo deparan sorpresas. Al fin, toda persona, salvo que esté acabada, es siempre un alumno. Hoy, sin ir más lejos, se ha hecho una vez más evidente lo obvio: el absurdo al que nos abocamos si comprendemos el pasado desde el presente, de manera que cualquier avance de otrora visto desde el hoy deviene retroceso. La engañosa hoydad marca así su tesis: avanzamos retrocediendo. Lo cual, como la de la flecha y el arquero, es pura paradoja. Aunque la flecha, pese al imposible teórico, acaba por clavarse en el blanco. Será costumbre.
Las concepciones del espacio y del tiempo andan por lo general con sus retruécanos. Y da igual que sea el pasado quien nos explique por mucho que queramos entender lo que fuimos desde el escurridizo presente. Ni más ni menos que lo que T. S. Elliot, tan bellamente, nos dice en "Burnt Norton", el primero de sus Cuatro Cuartetos:
"Si es eternamente presente el tiempo
todo, todo el tiempo es irredimible.
(...)
Resuenan pisadas en la memoria
por el camino que no recorrimos
hacia la puerta de la rosaleda
que no abrimos nunca..."

Por cierto, la puerta, y el cuadro, son de Edward Hopper.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Las cosas te llevan y te traen. Como la marea las algas. De la última película de Steven Soderbergh, Che: el argentino, voy a los Diarios de Bolivia, escritos por el Che. Reconozco que nunca me gustó la vida de los santos (si exceptuamos la de San Agustín, con ese punto de crápula y vividor que reflejan Las Confesiones), y ese film es pura hagiografía. Pero puestos a desmitificar "la figura más grande del siglo pasado en Latinoamérica" (en palabras del protagonista, Benicio del Toro, claro que a él en la cosa le van, más que el sueldo, los dividendos), nada mejor que leer sus Diarios. Qué vida tan prosaica y aburrida la del revolucionario. Un ir de aquí para allá sin que suceda apenas nada. Una notaría de pobres andanzas y aburrida escritura. Bueno, al menos queda la foto de Korda. ¡Ay!, qué sería del Che sin esa foto. Es lo que tienen los iconos: un beso en París será siempre el fotografíado por Robert Doisneau.