jueves, 19 de febrero de 2009

Cuando uno tiene que tomar una decisión crucial, en esos instantes en que parece que todo se desploma, es cuando sabe que la vida, la individual y la de la especie, no es sino mero accidente. Pura fatalidad. En esos momentos importan tres narices la poesía, porque jamás salvará nada. La teoría de la relatividad, porque sólo se desea un absoluto: la cima o la sima. La música, porque su armonía te hace más evidente aún el puro desequilibrio. Y la decisión no es sino un alambre delgadísmo que separa dos mitades de puro miedo. Lo vivido, para qué. Lo por vivir, para qué. Y por mucho que uno se empeñe, no puede refugiarse en el pasado. No, esos días azules y ese sol de la infancia (Antonio Machado) ni irradian ni calientan. Tampoco puede cobijarse en el presente, En el alambre. En el alambre que escinde y mutila. Mucho menos esperar nada de los improbables paraísos del futuro. Los paraísos en realidad son como esos complejos playeros, esos guetos del lujo : sales de ellos y te topas de bruces con la miseria de la realidad. Así que este daiquiri va por ustedes. Y por la vida. Esa fatalidad

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